martes, 6 de marzo de 2007
En dos palabras puedo resumir cuanto he aprendido acerca de la vida: sigue adelante.
A veces pienso en lo afortunado, o lo sólido, o lo entero, que debe ser llegar a los cuarenta sin odiar desaforadamente a esta sociedad hipócrita, obsesionada por averiguar, juzgar y condenar con quien se mete o no en la cama cada cual. Envidio la ecuanimidad, la sangre fría, de quien puede mantenerse sereno y seguir viviendo como si tal cosa, sin rencor, a lo suyo, en vez de echarse a la calle y volarle lo huevos a la gente que por activa y por pasiva ha destrozado su vida, los que consiguen hacerte revivir las mismas angustias, el mismo desprecio alrededor, la misma soledad y la misma amargura. Envidio la lucidez y la calma de quienes, a pesar de todo, se mantienen fieles así mismos. Sin estridencias, pero también sin complejos. Seres humanos por encima de todo.
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