miércoles, 6 de febrero de 2008
De fuegos
Gracias a Eduardo Galeano aprendí lo siguiente:
"[...]Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende."
Existen momentos en la vida en que nuestro propio fuego nos prende. Y así nos sentimos en tierras de Lucifer, corriendo de un lado a otro en busca de un aguador que acabe con nuestra insolación. Somos partícipes de la peor excusa que el ser humano ha inventado para justificarse: la culpa, y así dejamos que nuestros tejidos se calcinen mientras repetimos, de forma enajenada, que merecemos el castigo.
Acudirán a nuestro rescate un sin fin de aguadores, algunos más diestros que otros, pero no dejaremos que se acerquen a nuestro cuerpo por miedo a que maten nuestra intensidad.
De repente un día, sin mayor causa que la caducidad de la irracionalidad, seremos capaces de dejar que nuestro fuego nos ilumine. Aprenderemos entonces que podemos quemar, pero también que podemos amar dando calidez a nuestros encuentros.
Y así, con gesto amable, nos daremos la vuelta dirigiéndonos a tantos aguadores voluntarios que arriesgaron su vida y agotaron su paciencia, y exclamaremos: estoy preparada para ser salvada.
Desplegad el océano sobre mi.
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