A los gordos nos ocurre como a los hijos de los príncipes: cualquier soplagaitas se cree con derecho a convertirnos en asunto de su conversación (e incluso, a diferencia de lo que ocurre con los hijos de los príncipes, lo hace aunque estemos delante). A nadie se le ocurriría preguntar a un feo profesional cómo se las arregla para convivir con los espejos. En cambio, nadie tiene empacho en atosigar al gordo con preguntitas capciosas o comentarios malévolos. «¡Huuuuuuy, qué fuerte te estás poniendo!», nos dice esa tía solterona a quien sólo vemos de guindas a brevas, que a su vez se está poniendo cada vez más amojamada. «Pues ya ve, tía. Por lo menos que disfruten los gusanos, ¿no le parece?», respondemos, con sarcasmo truculento. «Dicen que con media hora de ejercicio diario mantienes los kilos a raya», nos desliza ese amigo con vocación de anchoa. «Ya, pero es que a mí sudar me da mucho asquito», nos defendemos, soliviantados. «¿Y no has probado a hacerte un análisis de sangre? –nos lanza esa presunta amiga que parece afiliada a todos los boletines médicos que se publican en el hemisferio boreal–. El endocrino, a la vista de los resultados, te dice lo que puedes comer y lo que no.» «Mi religión me prohíbe hacerme análisis –improvisamos, para horror cósmico de la presunta amiga, que se las da de laicista–. Y, además, la visión de la sangre me marea.» «¿Y si probaras a quitarte del pan?», insisten, envalentonados. «¡Que no, coño, que no! –nos sublevamos–. ¡Si yo lo que quiero es ser gordo! ¡Si llevo toda la vida entrenando!»
Esta insistencia con que los flacos martirizan al gordo sólo admite una explicación patológica. Los flacos observan al gordo, diseccionan sus hábitos, exploran su temperamento y rabian como eunucos en una bacanal. No soportan al gordo desacomplejado y jocundo; no soportan que haya gente que viva despreocupada de la báscula, que no pise un gimnasio ni por recomendación de Jane Fonda, que desdeñe las dietas. Y, si encima el gordo no ha padecido jamás un amago de infarto y tiene el colesterol controlado y liga medianamente, entonces es que se suben por las paredes. Este odio de los flacos al gordo adquiere a veces manifestaciones epilépticas y abusivas, como puede comprobarse en el caso de la ministra de Sanidad, empeñada en que los españoles se conviertan en asténicos profesionales, a imagen y semejanza suya.
Ser gordo tiene muchas ventajas materiales y espirituales. En invierno, los michelines abrigan una barbaridad; y en verano nos exoneran de hacer el ridículo por la calle, enseñando chicha. Además, la gordura dulcifica el carácter: está comprobado que los gordos somos menos intransigentes con las debilidades ajenas, que amamos con más abnegación y entusiasmo, que somos menos propensos a la cólera y que nos tomamos a chirigota esas tragedias cotidianas que desazonan a los flacos. Los grandes villanos de la dramaturgia (Yago, Shylock, lady Macbeth) siempre son interpretados por flacos de solemnidad; en cambio, el papel de gracioso en las comedias se le reserva a un actor un poco triponcete que se acaricia con delectación la barriga, como si en ella se escondiese la fábrica de sus carcajadas. La barriga, por cierto, es al gordo lo que la melena a Sansón; el gordo que reniega de su barriga se amustia y consume de melancolía.
Antaño, la gordura era considerada síntoma de salud: las madres competían por ver quién conseguía cebar más a su nene y pellizcaban con arrobo sus mollas; las señoras de ancas generosas cotizaban al alza entre la población masculina; y, en fin, una cintura oronda era considerada un signo de respetabilidad. Hoy, la gordura se ha convertido en una forma de resistencia o subversión: un tipo impermeable a los cánones estéticos en boga, a las imposiciones de la dietética y la liposucción, sin duda también lo es a la propaganda; de modo que conviene hacerle la vida imposible, antes de que le cause un disgusto al Régimen.
Decía Edgar Neville, gordo ecuménico y genial, que el único remedio infalible contra la gordura es una estancia prolongada en un campo de concentración. Acabarán internándonos a los gordos en algún lugar semejante, disfrazando –¡por supuesto!– el internamiento de razones filantrópicas. Cuando esto por fin ocurra, tampoco habrá que lamentarlo demasiado: la vida, para entonces, será un aburrimiento. Y la literatura también. Porque, aunque no esté bien que uno lo diga, los gordos escribimos mejor –como de aquí a Lima– que los flacos.
José Manuel de Prada
martes, 29 de mayo de 2007
sábado, 26 de mayo de 2007
Macjob
En su primera novela, "Lo peor de todo", Ray Loriga describe, en el capítulo inicial, el patético ambiente laboral de una hamburguesería. Asímismo, Douglas Coupland, en "Generación X", acuñó el término "macjob" (en alusión a la cadena 'MacDonald's) para referirse a los trabajos basura de la era 'grunge', sus horarios esclavos y sus sueldos míseros.
De eso va ahora la cosa: trabajos basura, desempleos basura.
Y cuando el milagro de la contratación se produce (sea donde buenamente sea) es con la exigencia de que estés dispuesto a todo: puta de taller, puta de empresa, boca cerrada para sobrevivir hasta que te echen.
Aun así, chaval, tienes que dar las gracias por los cambios de turno arbitrarios, los fines de semana trabajados, las seiscientas horas extras al año de las que sólo ochenta figuran como tales en la nómina. Y si encima pretendes mantener una familia y pagar un piso, date con un canto en los dientes de que no te sodomicen gratis.
Flexibilidad laboral, lo llaman. Rediós. Cuánto eufemismo y cuanta mierda.
De eso va ahora la cosa: trabajos basura, desempleos basura.
Y cuando el milagro de la contratación se produce (sea donde buenamente sea) es con la exigencia de que estés dispuesto a todo: puta de taller, puta de empresa, boca cerrada para sobrevivir hasta que te echen.
Aun así, chaval, tienes que dar las gracias por los cambios de turno arbitrarios, los fines de semana trabajados, las seiscientas horas extras al año de las que sólo ochenta figuran como tales en la nómina. Y si encima pretendes mantener una familia y pagar un piso, date con un canto en los dientes de que no te sodomicen gratis.
Flexibilidad laboral, lo llaman. Rediós. Cuánto eufemismo y cuanta mierda.
viernes, 25 de mayo de 2007
Friki y demasiado friki...
Ahora que los frikis estamos más integrados, que casi todo el mundo sabe quien es Tolkien y que las películas de superheroes tienen recaudaciones millonarias parece que ya no formamos aquel reducido grupo de locos subculturales potencialmente peligrosos. ¿no?. Eso parece, ahora puedes estar tranquilamente hablando (con pasión, como siempre hablamos nosotros de esas cosas) de, por ejemplo, porqué un klingon no puede reproducirse con una romulana; o quien vencería en un asalto entre lobo y lobezno; sin que nadie se extrañe y llame a la policía... En fin, que salimos de la clandestinidad y nos hemos incorporado a algo más cercano a la "realidad cultural oficial". Y eso es bueno, siempre hay gente dispuesta a llevarlo más allá, a demostrar que es más friki que nadie... A pasarse cuatro pueblos y no frenar...
Que conste que Eurovisión me la trae muy al pairo, desde siempre, hubiese o no hubiese OT's por medio, me parece un espectáculo trasnochado, triste, esperpéntico y muchas cosas más. Pero de ahí a intentar que algo asi nos represente en el festival, va un trozo largo , asi, es imposible que los frikis sean tomados en serio. Aunque tampoco lo queremos, ¿o si?
Por cierto, hoy es el día de nuestro orgullo. friki una vez, friki siempre (aunque la edad disimule los sintomas)
Que conste que Eurovisión me la trae muy al pairo, desde siempre, hubiese o no hubiese OT's por medio, me parece un espectáculo trasnochado, triste, esperpéntico y muchas cosas más. Pero de ahí a intentar que algo asi nos represente en el festival, va un trozo largo , asi, es imposible que los frikis sean tomados en serio. Aunque tampoco lo queremos, ¿o si?
Por cierto, hoy es el día de nuestro orgullo. friki una vez, friki siempre (aunque la edad disimule los sintomas)
jueves, 24 de mayo de 2007
Escribir un libro, plantar un árbol, tener un hijo...
Las cosas caen por su propio peso, el tiempo no pasa en vano, hasta las mas tontas ven la tele, y la milonga, poquito a poco, empieza a irse a tomar por el saco.
Y aquí estamos, en tierra de nadie, conscientes, las más despiertas, de que el cambio social ha ido más rápido que nuestro cambio biológico y nuestra propia mentalidad. Y así, aun siendo educadas para ser santas madres y ejemplares amas de casa, nos vemos forzadas a pelear también en un mundo de hombres, a hacer vida laboral de tú a tú, pero sin poder renunciar todavía, porque no nos dejan o porque no queremos, al tradicional rol (o maldición, según se mire) de mujeres responsables de que el nido esté reluciente y los polluelos siempre limpios, sanos y cebaditos. La vieja y eterna trampa. A ver por qué, si no, las únicas mujeres trabajadoras que no están desquiciadas, o no van por la vida con un cuchillo entre los dientes buscando a quien capar, son las que no tienen hijos, las que se libraron al fin de ellos, o las que cuentan con una madre o una suegra que se haga cargo.
Es imposible estar en misa y repicando; y mucho menos con maridos que creen compartir tareas domésticas porque quitan la mesa, lavan los platos por la noche y compran el pan sábados y domingos. O sea, modernos y enrollados que te rilas.
Así que, que nadie se extrañe de que las erizas andemos erizadas. En el mundo actual sólo hay algo peor que la cabronada de ser mujer: ser mujer lúcida, consciente de la cabronada que supone ser mujer.
Y aquí estamos, en tierra de nadie, conscientes, las más despiertas, de que el cambio social ha ido más rápido que nuestro cambio biológico y nuestra propia mentalidad. Y así, aun siendo educadas para ser santas madres y ejemplares amas de casa, nos vemos forzadas a pelear también en un mundo de hombres, a hacer vida laboral de tú a tú, pero sin poder renunciar todavía, porque no nos dejan o porque no queremos, al tradicional rol (o maldición, según se mire) de mujeres responsables de que el nido esté reluciente y los polluelos siempre limpios, sanos y cebaditos. La vieja y eterna trampa. A ver por qué, si no, las únicas mujeres trabajadoras que no están desquiciadas, o no van por la vida con un cuchillo entre los dientes buscando a quien capar, son las que no tienen hijos, las que se libraron al fin de ellos, o las que cuentan con una madre o una suegra que se haga cargo.
Es imposible estar en misa y repicando; y mucho menos con maridos que creen compartir tareas domésticas porque quitan la mesa, lavan los platos por la noche y compran el pan sábados y domingos. O sea, modernos y enrollados que te rilas.
Así que, que nadie se extrañe de que las erizas andemos erizadas. En el mundo actual sólo hay algo peor que la cabronada de ser mujer: ser mujer lúcida, consciente de la cabronada que supone ser mujer.
miércoles, 23 de mayo de 2007
Hubo un tiempo...
Todo necesitamos unos brazos a los que volver, un lugar seguro en medio de la tormenta...
Estés donde estés...siempre!
Estés donde estés...siempre!
sábado, 19 de mayo de 2007
jueves, 17 de mayo de 2007
04:45 - 15 de Agosto de 1996
Me dijeron hace unos días que habías vuelto...
Parece mentira la capacidad de supervivencia y egoísmo del ser humano. Cómo nos convencemos a nosotros mismos de que la mala suerte, el destino, etcétera, tuvieron la culpa. Al final siempre resultamos asquerosamente inocentes. De todo. Y quién te ha visto y quién te ve. Quién reconocería ahora en ti al lloroso mierdecilla que se justificaba ante la Guardia Civil, desolado, frente al cuerpo tirado en el suelo aquella madrugada. Pasa el tiempo, y nos justificamos, y si los dolores propios terminan diluyéndose en el recuerdo, para qué decir de los dolores ajenos.
Si la gentuza de tu calaña fuera al talego cada vez que despacha a alguien, las cárceles iban a parecer el camarote de los hermanos Marx. No hay más que veros pasar al volante, inconscientes, letales, a toda leche, creyéndoos inmortales. Seguros, como fue tu caso, de que si alguien palma, será otro.
Por eso te escribo, sabiendo que alguien te hablará del blog, sólo para decirte que ojalá revientes. Cabrón.
Parece mentira la capacidad de supervivencia y egoísmo del ser humano. Cómo nos convencemos a nosotros mismos de que la mala suerte, el destino, etcétera, tuvieron la culpa. Al final siempre resultamos asquerosamente inocentes. De todo. Y quién te ha visto y quién te ve. Quién reconocería ahora en ti al lloroso mierdecilla que se justificaba ante la Guardia Civil, desolado, frente al cuerpo tirado en el suelo aquella madrugada. Pasa el tiempo, y nos justificamos, y si los dolores propios terminan diluyéndose en el recuerdo, para qué decir de los dolores ajenos.
Si la gentuza de tu calaña fuera al talego cada vez que despacha a alguien, las cárceles iban a parecer el camarote de los hermanos Marx. No hay más que veros pasar al volante, inconscientes, letales, a toda leche, creyéndoos inmortales. Seguros, como fue tu caso, de que si alguien palma, será otro.
Por eso te escribo, sabiendo que alguien te hablará del blog, sólo para decirte que ojalá revientes. Cabrón.
martes, 15 de mayo de 2007
Por miedo a disminuir, dejamos de crecer. Por miedo a llorar, dejamos de reír.
En el principio del camino siempre hay una encrucijada. Allí puedes pararte a pensar en la dirección que vas a tomar. Pero no te quedes demasiado tiempo, o nunca saldrás de ese lugar.
Reflexiona lo necesario sobre las opciones que tienes delante, pero una vez que des el primer paso, olvídate definitivamente de la encrucijada, pues en caso contrario nunca dejarás de torturarte con la inútil pregunta: "¿El camino que elegí era el correcto?".Si prestaste oídos a tu corazón antes de ponerte en movimiento, escogiste, sin duda, el buen camino.
Reflexiona lo necesario sobre las opciones que tienes delante, pero una vez que des el primer paso, olvídate definitivamente de la encrucijada, pues en caso contrario nunca dejarás de torturarte con la inútil pregunta: "¿El camino que elegí era el correcto?".Si prestaste oídos a tu corazón antes de ponerte en movimiento, escogiste, sin duda, el buen camino.
¡Hazlo!Sin miedo.
Pequeños y extraños placeres...
Una lista que ira creciendo, espero aportaciones...
- Ganar a mi mujer dos partidas de cartas, a las dos de la mañana una noche de insomnio...
Un, dos, tres, responda otra vez...
- Ganar a mi mujer dos partidas de cartas, a las dos de la mañana una noche de insomnio...
Un, dos, tres, responda otra vez...
lunes, 14 de mayo de 2007
Cine de Barrio
¿Qué culpa tengo yo de ser una sentimental barata que se deja pellizcar por un mocoso con hipotrofia que le canta un bolero a una abuelita con echarpe y bigudíes?
Sí, me gustan las películas de Joselito. Es más, me gusta Cine de Barrio. Lo prefiero al cine nórdico, al francés, al iraní, a lo que muchos críticos consideran obras maestras. Me gusta sentarme en una mesa camilla con brasero. Si, sí, con brasero, con brasero, y dedicar una tarde a canturrear por lo bajo las enternecedoras coplas que salpican su filmografía. Cada semana acudo a la crítica que comenta las películas que van a echar por el televisor con la esperanza de que alguno de los pedantes que escribe de cine me comprenda y me aconseje que la vea, pero no, es biológicamente imposible que ni uno sólo de esa reata de ensimismados diga siquiera que la película no provoca vómito.
Sí, me gustan las películas de Rocío, las de Marisol, las de Tony Leblanc, las del marido aquél de la Mujer de Rojo que se pasa dos horas dando guantazos a los malos; me gusta el doblaje, las sevillanas, los americanos, el tinto de verano, la Navidad, el boxeo, Matalascañas, la sangría. Me gustan las cosas que, por lo visto, no deben gustar a aquéllos que están comprometidos con determinadas ideas de progreso intelectual.
No se puede vivir así eternamente y sé que acabo de defraudar a muchos, pero ya es tarde para rectificar. Algún día tenía que salir de este incómodo armario de las apariencias.
Sí, me gustan las películas de Joselito. Es más, me gusta Cine de Barrio. Lo prefiero al cine nórdico, al francés, al iraní, a lo que muchos críticos consideran obras maestras. Me gusta sentarme en una mesa camilla con brasero. Si, sí, con brasero, con brasero, y dedicar una tarde a canturrear por lo bajo las enternecedoras coplas que salpican su filmografía. Cada semana acudo a la crítica que comenta las películas que van a echar por el televisor con la esperanza de que alguno de los pedantes que escribe de cine me comprenda y me aconseje que la vea, pero no, es biológicamente imposible que ni uno sólo de esa reata de ensimismados diga siquiera que la película no provoca vómito.
Sí, me gustan las películas de Rocío, las de Marisol, las de Tony Leblanc, las del marido aquél de la Mujer de Rojo que se pasa dos horas dando guantazos a los malos; me gusta el doblaje, las sevillanas, los americanos, el tinto de verano, la Navidad, el boxeo, Matalascañas, la sangría. Me gustan las cosas que, por lo visto, no deben gustar a aquéllos que están comprometidos con determinadas ideas de progreso intelectual.
No se puede vivir así eternamente y sé que acabo de defraudar a muchos, pero ya es tarde para rectificar. Algún día tenía que salir de este incómodo armario de las apariencias.
Y no voy a tener más remedio que hacerlo hoy.
sábado, 12 de mayo de 2007
miércoles, 9 de mayo de 2007
Esa aleación de sentimientos entre abuelos y nieta
martes, 8 de mayo de 2007
domingo, 6 de mayo de 2007
mingote
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