Las cosas caen por su propio peso, el tiempo no pasa en vano, hasta las mas tontas ven la tele, y la milonga, poquito a poco, empieza a irse a tomar por el saco.
Y aquí estamos, en tierra de nadie, conscientes, las más despiertas, de que el cambio social ha ido más rápido que nuestro cambio biológico y nuestra propia mentalidad. Y así, aun siendo educadas para ser santas madres y ejemplares amas de casa, nos vemos forzadas a pelear también en un mundo de hombres, a hacer vida laboral de tú a tú, pero sin poder renunciar todavía, porque no nos dejan o porque no queremos, al tradicional rol (o maldición, según se mire) de mujeres responsables de que el nido esté reluciente y los polluelos siempre limpios, sanos y cebaditos. La vieja y eterna trampa. A ver por qué, si no, las únicas mujeres trabajadoras que no están desquiciadas, o no van por la vida con un cuchillo entre los dientes buscando a quien capar, son las que no tienen hijos, las que se libraron al fin de ellos, o las que cuentan con una madre o una suegra que se haga cargo.
Es imposible estar en misa y repicando; y mucho menos con maridos que creen compartir tareas domésticas porque quitan la mesa, lavan los platos por la noche y compran el pan sábados y domingos. O sea, modernos y enrollados que te rilas.
Así que, que nadie se extrañe de que las erizas andemos erizadas. En el mundo actual sólo hay algo peor que la cabronada de ser mujer: ser mujer lúcida, consciente de la cabronada que supone ser mujer.
Y aquí estamos, en tierra de nadie, conscientes, las más despiertas, de que el cambio social ha ido más rápido que nuestro cambio biológico y nuestra propia mentalidad. Y así, aun siendo educadas para ser santas madres y ejemplares amas de casa, nos vemos forzadas a pelear también en un mundo de hombres, a hacer vida laboral de tú a tú, pero sin poder renunciar todavía, porque no nos dejan o porque no queremos, al tradicional rol (o maldición, según se mire) de mujeres responsables de que el nido esté reluciente y los polluelos siempre limpios, sanos y cebaditos. La vieja y eterna trampa. A ver por qué, si no, las únicas mujeres trabajadoras que no están desquiciadas, o no van por la vida con un cuchillo entre los dientes buscando a quien capar, son las que no tienen hijos, las que se libraron al fin de ellos, o las que cuentan con una madre o una suegra que se haga cargo.
Es imposible estar en misa y repicando; y mucho menos con maridos que creen compartir tareas domésticas porque quitan la mesa, lavan los platos por la noche y compran el pan sábados y domingos. O sea, modernos y enrollados que te rilas.
Así que, que nadie se extrañe de que las erizas andemos erizadas. En el mundo actual sólo hay algo peor que la cabronada de ser mujer: ser mujer lúcida, consciente de la cabronada que supone ser mujer.
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