lunes, 14 de mayo de 2007

Cine de Barrio

¿Qué culpa tengo yo de ser una sentimental barata que se deja pellizcar por un mocoso con hipotrofia que le canta un bolero a una abuelita con echarpe y bigudíes?
Sí, me gustan las películas de Joselito. Es más, me gusta Cine de Barrio. Lo prefiero al cine nórdico, al francés, al iraní, a lo que muchos críticos consideran obras maestras. Me gusta sentarme en una mesa camilla con brasero. Si, sí, con brasero, con brasero, y dedicar una tarde a canturrear por lo bajo las enternecedoras coplas que salpican su filmografía. Cada semana acudo a la crítica que comenta las películas que van a echar por el televisor con la esperanza de que alguno de los pedantes que escribe de cine me comprenda y me aconseje que la vea, pero no, es biológicamente imposible que ni uno sólo de esa reata de ensimismados diga siquiera que la película no provoca vómito.
Sí, me gustan las películas de Rocío, las de Marisol, las de Tony Leblanc, las del marido aquél de la Mujer de Rojo que se pasa dos horas dando guantazos a los malos; me gusta el doblaje, las sevillanas, los americanos, el tinto de verano, la Navidad, el boxeo, Matalascañas, la sangría. Me gustan las cosas que, por lo visto, no deben gustar a aquéllos que están comprometidos con determinadas ideas de progreso intelectual.
No se puede vivir así eternamente y sé que acabo de defraudar a muchos, pero ya es tarde para rectificar. Algún día tenía que salir de este incómodo armario de las apariencias.



Y no voy a tener más remedio que hacerlo hoy.

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